Terminaba "la larga noche de la dictadura" (según una acudida muletilla periodística) y la democracia se deseaba con verdadera esperanza, se iba a votar con pasión al cuarto oscuro y los propios publicitarios eran afiliados a los partidos que promocionaban, sanas virtudes que se han ido desgastando con el tiempo.
Ya ocho meses antes de la elección, Raúl Alfonsín se reunió con David Ratto encomendándole dirigir su campaña, la que el publicista resolvió focalizar en la figura del candidato, resaltando sus cualidades naturales. El partido de Alem hizo su apuesta fuerte a la publicidad política, al punto que, de contrapartida, se pegaron unos recordados afiches de propaganda sucia que decían "Alfonsín es Coca Cola".
El peronismo, en cambio, tras la muerte de su líder histórico prefería evitar los personalismos, faltaban liderazgos y apuntó hacia una propuesta aglutinante como partido, y tal vez confió demasiado en que su padrón de afiliados superaba largamente al del adversario. Es más, importantes dirigentes aún dudaban de la publicidad como método para captar votos, o al menos la consideraban como un pecado que se comete pero que es mejor no confesar. La campaña no estaba suficientemente centralizada. Cuando no faltaba mucho para los comicios, alguien reparó en que el único grupo publicitario de origen justicialista con capacidad operativa para encarar una campaña semejante eran los "Equipos de Difusión" que Enrique "Pepe" Albistur había creado en 1973, reorganizados luego desde su agencia Rainbow .
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